Era un miércoles cualquiera en Bogotá; de hecho era ese mismo
miércoles en el resto del mundo, sólo que era justo ahí donde empezaría esta
historia que, después de 9497 días, hoy se sigue escribiendo. Casi en el
pasillo de la Clínica comenzó un trabajo de parto tan rápido, espontáneo y
desprevenido, que de alguna manera anticipaba lo que sería el comienzo de una
nueva vida igualmente sin libretos.
He vivido desde entonces un recorrido en donde la clave ha sido no
dejar de pedalear, o por lo menos hacer el intento para no perder el equilibrio
y caer; aunque una vez en el piso he descubierto que del piso no se pasa y que
los raspones se sanan más rápido cuando te levantas y corres contra el viento.
He vivido, he muerto y he vuelto a vivir.
Empecé un camino sin mapa, que igual de haberlo tenido, por mis
habilidades de ubicación hubiera sido inútil, de esto darán fe mis hermanos.
Arranqué el recorrido sin tener claro cuál sería el punto de llegada y me
demoré un par de kilómetros en entender que de nada serviría conocer la meta si
no era capaz de disfrutar del paisaje y gozarme cada pedalazo sin importar que
tanta fuerza tuviera que utilizar para lograr avanzar, pues una llegada segura
se siente vacía cuando no hay bitácora que sustente la distancia
transitada.
He vivido, he muerto y he vuelto a nacer para empezar nuevamente a
vivir. Una ruta de montaña llena de ascensos, descensos, caminos mojados,
pistas empolvadas, carreteras muy bien pavimentadas, lloviznas y soles deshidratantes,
han dejado en mi cuerpo marcas permanentes y algunas pasajeras; pero más allá
de estas, han formado mi esencia, moldeado mi espíritu y me han convertido en
la peregrina que soy hoy y que seguirá muriendo para volver a nacer.
Creo en la perfección de lo imperfecto y en ese orden de ideas
jamás he dudado de lo afortunada que he sido al haberme encontrado con todas y
cada una de las personas que desde sus peregrinajes han hecho parte de mi
historia. Soy consciente de lo bendecida que he sido desde el primer momento en
que pude respirar por mis propios medios y me hice inquilina de un espacio de
la tierra en medio de una familia única, como todas. Sin haber hecho méritos
para esto, he tenido la suerte de crecer y seguir haciéndolo con el apoyo incondicional
de mis papás de sangre, quienes sin duda alguna han hecho su papel de la mejor
manera en que han podido hacerlo. Pero como si esto no fuera suficiente, el
universo ha puesto otros grandes maestros que me han enseñado a navegar, me han
impulsado a seguir pedaleando: el marinero y la bailarina de la felicidad, una
bruja de la fantasía y otros duendes que custodian ese cofre de las moneditas
de oro que conceden deseos al final de arcoíris.
He crecido, he aprendido, he fallado, muchas veces, sí que he
fallado. Me he caído y me he vuelto a levantar. He vivido, he muerto y he
vuelto a vivir. Deje de usar reloj cuando entendí que no son las 227.928 horas
que han pasado desde que nací, las que le dan sentido a mis días, sino que son
esas pequeñas cosas que hacen GRANDE EL AMOR las que justifican el oxígeno que
gasto cuando en ese ejercicio inconsciente que llamamos respirar, permito que
mi corazón siga latiendo con toda la pasión por la vida, por vivirla y por
dejarla morir.
Sigo el camino cada vez más consciente del tramo recorrido,
desconociendo, desaprendiendo, olvidando y volviendo a recordar. Sigo
pedaleando agradecida con la vida, con Dios y con el universo por cada
kilometro que se convierte en mi ruta y me deja avanzar construyendo mi propia
FELICIDAD, con el más puro e inmenso deseo de compartir esta opción de vida con
todos esos seres maravillosos que van llegando a mi camino para acompañarme un
rato o quedarse un tiempo más, para darme luz, para hidratarme o recordarme que
puedo más, para hacerme soñar y soñar conmigo…
Trato de hacer de cada día el día más maravilloso de mi vida,
gozándome el paisaje aún cuando la
lluvia no me deja ver un metro más allá de mi punto actual. Dejé de ahorrar,
sobre todo sentimientos, porque prefiero usar lo que tengo ahora que puedo y no
guardarlo para cuando tal vez ya no lo necesite o no lo pueda usar. Hago el
esfuerzo de frenar los pensamientos negativos y transformarlos en fuerzas para
construir ideas e imaginar sueños que me favorezcan. Amo sin medida y recibo
todo el amor que llega a mi, entendiendo
que cada quién vive desde su propia realidad y entrega desde su capacidad. Me
permito sorprenderme con la grandeza de los demás y evito hacer juicios que me
nieguen la oportunidad de descubrir magia en donde menos la esperaba. Y todos
los días me repito estas conductas para volverlas mi propia disciplina, porque
cuando el camino se pone inestable y las ruedas buscan mayor agarre, todo esto
suena lindo pero parece imposible; hay que seguir pedaleando porque esa es la
única manera de avanzar.
Me falta mucho por aprender, tal vez más por desaprender, pero no
tengo afán, ya no! Hoy le entrego todo al universo y agradecida con la vida
decido fluir sin amarrarme a nada ni a nadie, sin predisponerme ni auto
limitarme o condicionarme a un molde, se que nací simplemente para ser yo, para
ser feliz.
Era un miércoles cualquiera en Bogotá; de hecho era ese mismo
miércoles en el resto del mundo, sólo que era justo ahí donde empezaría esta
historia que, después de 9497 días, hoy se sigue escribiendo. Casi en el
pasillo de la Clínica comenzó un trabajo de parto tan rápido, espontáneo y
desprevenido, que de alguna manera anticipaba lo que sería el comienzo de una
nueva vid y desde que nací toda mi vida ha sido una sorpresa, sin libretos. Voy
pedaleando al ritmo que me permita el camino, a veces despacio y otras con más
prisa… al fin y al cabo no conozco el destino, simplemente me ocupo de
disfrutar el camino!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario