domingo, 7 de abril de 2013

Y hoy le entrego todo al universo


Era un miércoles cualquiera en Bogotá; de hecho era ese mismo miércoles en el resto del mundo, sólo que era justo ahí donde empezaría esta historia que, después de 9497 días, hoy se sigue escribiendo. Casi en el pasillo de la Clínica comenzó un trabajo de parto tan rápido, espontáneo y desprevenido, que de alguna manera anticipaba lo que sería el comienzo de una nueva vida igualmente sin libretos.

He vivido desde entonces un recorrido en donde la clave ha sido no dejar de pedalear, o por lo menos hacer el intento para no perder el equilibrio y caer; aunque una vez en el piso he descubierto que del piso no se pasa y que los raspones se sanan más rápido cuando te levantas y corres contra el viento. He vivido, he muerto y he vuelto a vivir.

Empecé un camino sin mapa, que igual de haberlo tenido, por mis habilidades de ubicación hubiera sido inútil, de esto darán fe mis hermanos. Arranqué el recorrido sin tener claro cuál sería el punto de llegada y me demoré un par de kilómetros en entender que de nada serviría conocer la meta si no era capaz de disfrutar del paisaje y gozarme cada pedalazo sin importar que tanta fuerza tuviera que utilizar para lograr avanzar, pues una llegada segura se siente vacía cuando no hay bitácora que sustente la distancia transitada. 

He vivido, he muerto y he vuelto a nacer para empezar nuevamente a vivir. Una ruta de montaña llena de ascensos, descensos, caminos mojados, pistas empolvadas, carreteras muy bien pavimentadas, lloviznas y soles deshidratantes, han dejado en mi cuerpo marcas permanentes y algunas pasajeras; pero más allá de estas, han formado mi esencia, moldeado mi espíritu y me han convertido en la peregrina que soy hoy y que seguirá muriendo para volver a nacer.

Creo en la perfección de lo imperfecto y en ese orden de ideas jamás he dudado de lo afortunada que he sido al haberme encontrado con todas y cada una de las personas que desde sus peregrinajes han hecho parte de mi historia. Soy consciente de lo bendecida que he sido desde el primer momento en que pude respirar por mis propios medios y me hice inquilina de un espacio de la tierra en medio de una familia única, como todas. Sin haber hecho méritos para esto, he tenido la suerte de crecer y seguir haciéndolo con el apoyo incondicional de mis papás de sangre, quienes sin duda alguna han hecho su papel de la mejor manera en que han podido hacerlo. Pero como si esto no fuera suficiente, el universo ha puesto otros grandes maestros que me han enseñado a navegar, me han impulsado a seguir pedaleando: el marinero y la bailarina de la felicidad, una bruja de la fantasía y otros duendes que custodian ese cofre de las moneditas de oro que conceden deseos al final de arcoíris.

He crecido, he aprendido, he fallado, muchas veces, sí que he fallado. Me he caído y me he vuelto a levantar. He vivido, he muerto y he vuelto a vivir. Deje de usar reloj cuando entendí que no son las 227.928 horas que han pasado desde que nací, las que le dan sentido a mis días, sino que son esas pequeñas cosas que hacen GRANDE EL AMOR las que justifican el oxígeno que gasto cuando en ese ejercicio inconsciente que llamamos respirar, permito que mi corazón siga latiendo con toda la pasión por la vida, por vivirla y por dejarla morir. 

Sigo el camino cada vez más consciente del tramo recorrido, desconociendo, desaprendiendo, olvidando y volviendo a recordar. Sigo pedaleando agradecida con la vida, con Dios y con el universo por cada kilometro que se convierte en mi ruta y me deja avanzar construyendo mi propia FELICIDAD, con el más puro e inmenso deseo de compartir esta opción de vida con todos esos seres maravillosos que van llegando a mi camino para acompañarme un rato o quedarse un tiempo más, para darme luz, para hidratarme o recordarme que puedo más, para hacerme soñar y soñar conmigo…

Trato de hacer de cada día el día más maravilloso de mi vida, gozándome el paisaje aún  cuando la lluvia no me deja ver un metro más allá de mi punto actual. Dejé de ahorrar, sobre todo sentimientos, porque prefiero usar lo que tengo ahora que puedo y no guardarlo para cuando tal vez ya no lo necesite o no lo pueda usar. Hago el esfuerzo de frenar los pensamientos negativos y transformarlos en fuerzas para construir ideas e imaginar sueños que me favorezcan. Amo sin medida y recibo todo el amor que llega a mi,  entendiendo que cada quién vive desde su propia realidad y entrega desde su capacidad. Me permito sorprenderme con la grandeza de los demás y evito hacer juicios que me nieguen la oportunidad de descubrir magia en donde menos la esperaba. Y todos los días me repito estas conductas para volverlas mi propia disciplina, porque cuando el camino se pone inestable y las ruedas buscan mayor agarre, todo esto suena lindo pero parece imposible; hay que seguir pedaleando porque esa es la única manera de avanzar.

Me falta mucho por aprender, tal vez más por desaprender, pero no tengo afán, ya no! Hoy le entrego todo al universo y agradecida con la vida decido fluir sin amarrarme a nada ni a nadie, sin predisponerme ni auto limitarme o condicionarme a un molde, se que nací simplemente para ser yo, para ser feliz.

Era un miércoles cualquiera en Bogotá; de hecho era ese mismo miércoles en el resto del mundo, sólo que era justo ahí donde empezaría esta historia que, después de 9497 días, hoy se sigue escribiendo. Casi en el pasillo de la Clínica comenzó un trabajo de parto tan rápido, espontáneo y desprevenido, que de alguna manera anticipaba lo que sería el comienzo de una nueva vid y desde que nací toda mi vida ha sido una sorpresa, sin libretos. Voy pedaleando al ritmo que me permita el camino, a veces despacio y otras con más prisa… al fin y al cabo no conozco el destino, simplemente me ocupo de disfrutar el camino!!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario