Y mañana cuando llegues a la meta imagina que estoy ahí, parada,
esperándote con los brazos abiertos y orgullosa de ver como te has cumplido y
por eso recibirás tu mejor medalla. Me sentiré feliz y reconoceré el gran esfuerzo que has hecho sin
importar el puesto en el que llegues, pues he comprendido que lo más importante
no es llegar de primeras sino haber sabido llegar. Eres el campeón de tu vida y
único dueño de cada uno de los pasos que te ha traído hasta la meta; sólo tu
podrás evaluar tu desempeño reconociendo la intensidad con la que decidiste
hacer la carrera y el esfuerzo que elegiste meterle a cada etapa. No midas los
kilómetros recorridos por el número de pasos que diste pero en cambio sí
recuerda la sensación de libertad mientras corrías a tu ritmo y el viento
atrevido golpeaba tus mejillas. Recuerda también como fuiste pasando gente y al
mismo tiempo otros te pasaron, a veces
entorpeciendo tu camino pero sin detenerte. Asegúrate de haber tomado unas
buenas fotos, quizás ese camino jamás lo vuelvas a recorrer, y de así hacerlo
con seguridad no encontrarás el mismo paisaje pues la vida es de cambios y no
hay momentos estáticos. Supe que lo lograrías desde el momento de la largada,
porque con sólo haber querido dar tu primer paso y atreverte a hacerlo, demostraste
que eran más grandes tus deseos de conocer la meta, que tus miedos y ese
calambre que recorre todo nuestro cuerpo momentos antes de escuchar la señal de
salida. No cuentes a los que llegaron
antes que tu y tampoco te fijes en cuantos llegarán después, eso en realidad lo
único que demuestra es que cada cual lleva su ritmo, pero el record que en
verdad debes batir, es el tuyo propio. Eres el campeón de tu vida y el valor de
la medalla que rodeará tu cuello no estará dado por los quilates del oro en que
esté bañada, sino por la fuerza y participación con que hayas decidido correr
esta carrera, y eso sólo tu lo sabrás y los demás simplemente sentiremos el
impacto de tu marcha.
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