miércoles, 13 de julio de 2016

A la mujer del espejo…

Llevo poco más de dos días insatisfecha con nuestros acostumbrados encuentros cada mañana, en el gimnasio, después de almuerzo y antes de irme a dormir; y hoy, con lágrimas en los ojos quiero pedirte perdón. Quiero abrazarte fuertemente hasta fundirnos en nuestra totalidad, aceptando cada una de las partes tal y como son: imperfectas, pero únicas e irrepetibles, grandes, suaves, algunas duras y otras blanditas, naturales y finalmente nuestras, y por eso, solo por eso, simplemente maravillosas. He sido dura y podría decir que hasta cruel con esa mujer que se refleja en el espejo, conmigo. Ahora lo reconozco con algo de vergüenza porque soy consiente de que no ha sido mi mirada, sino la de una colectividad adicta a las formas y fanática de una estética irreal, la que ha hecho los juicios que han generado en mí este espantoso descontento al cual hoy renuncio irrevocablemente.

Quizás sea verdad, quizás tengo unos kilos de más como resultado de haberme saboreado la vida con una excelente compañía. A lo mejor no tengo un tono de piel parejo porque esta vez el sol, a diferencia del pincel de Photoshop, no dejó su huella ordenadamente y con la misma intensidad en todos los pliegues de mi cuerpo. También es cierto que por estar explorando y descubriéndome en el mundo, tengo ahora unos morados y raspones muy poco atractivos decorándome los brazos y las piernas. Es verdad, la mujer que se refleja hoy en el espejo no es una mujer perfecta, pero nunca lo ha sido y afortunadamente nunca lo será, porque serlo implicaría dejar de ser YO.

Por eso quiero pedirle perdón a esa mujer, a mi mujer. A la mujer que esta última semana he observado, y al mismo tiempo regañando por no ajustarse a unos estándares que definitivamente no son los míos. No quepo y genéticamente jamás podré caber en las medidas que exige una belleza lejana a mi verdad. No quepo pero tampoco estoy interesada en caber, si para eso tengo que adelgazar los cachetes en que termina la sonrisa que me produce la cucharada final de un postre; no me interesa, si para hacerlo debo incrementar mi rutina en el gimnasio, disminuyendo así el tiempo que tengo en el día para escuchar las historias de otros y apretar las manos de quienes me rodean.  No, si eso implica negarme a andar en bicicleta y disfrutar del viento pasearse por mis brazos, del sol colorear arrítmicamente mis piernas y de uno que otro mosquito hambriento dejando la huella de su visita. Definitivamente no me interesa caber.

No me interesa y por eso hoy me pido perdón. Me pido perdón por haberme distraído en el reflejo de mis curvas y el relieve de mis cicatrices. Perdón por olvidar que ese reflejo no eso otra cosa que el hermoso resultado de una vida de aprendizajes y enorme gozo; de una invención constante de la mujer que soy, que a veces se excede y se deja atrapar por la ansiedad, porque es humana, porque cae en las tentaciones y no siempre sabe decir que no a tiempo, pero que a la vez es capaz de reaccionar, parar y volver a empezar. Me pido perdón por darle mas importancia a las voces de afuera, que a la melodía interior de mi cuerpo que siempre me acompaña y sabiamente me indica el compas que mejor me conviene. Hoy, compasivamente me pido perdón.

Pero de nada sirve el perdón si no hay reparación, por ende hoy quiero volverme a mirar con amor y reconocer  en mi la belleza, única y diferente, pero bella. Reconozco que el músculo mas definido que tengo es el de mi sonrisa, pues soy una mujer que llora y se pone triste porque tiene problemas y dificultades, pero nada de eso ha logrado robarme mi felicidad. Reconozco que tengo fuerza y soy capaz de levantarme sin importar el peso de las circunstancias, porque además de contar conmigo, estoy rodeada de gente maravillosa que me acompaña a dar mis batallas. Soy linda con mi piel multicolor que se sonroja cuando estoy nerviosa, cuando me em…pongo brava y me invade el pánico, y que después de respirar profundo vuelve a su color natural. Soy bonita con mis dudas, con el pelo enredado y mis principios claros. Soy loca, atrevida, desordenada, inquieta, sincera, torpe, lanzada, terca y algo obsesiva… así soy, hermosamente imperfecta y en construcción.  

Entonces a ti, mujer del espejo, quiero agradecerte y pedirte nuevamente perdón. Hoy te veo más allá del reflejo y recuerdo el camino que hemos recorrido para estar aquí frente a frente, hoy vuelvo a tomarnos fuertemente de la mano para seguir caminando a nuestro ritmo y con audífonos, si es necesario, para que las voces de afuera sean solo ruido y nunca más se conviertan en la melodía de nuestro propio baile.


(Me he permitido hacer pública esta carta que me escribí hoy, por varios motivos: el primero es por que sé que esta es mi batalla, pero también la de muchas otras mujeres que no caben y no cabrán. El segundo porque considero que aunque una realidad no sea la nuestra, no quiere decir que esa realidad no exista, y conocerla pueda que no la cambie, pero por lo menos nos hará conscientes de la manera en como directa o indirectamente estamos ayudando o empeorándola. Y el tercero, aunque podría decir simplemente porque me da la gana, prefiero justificar esa gana con mi deseo e intención de ser una voz o “letra” de conciencia que ayude a cambiar la manera en como estamos valorando la belleza y en como nos estamos reconociendo ante nosotras mismas y la sociedad.) 

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