martes, 30 de abril de 2013

Tu mejor Medalla


Y mañana cuando llegues a la meta imagina que estoy ahí, parada, esperándote con los brazos abiertos y orgullosa de ver como te has cumplido y por eso recibirás tu mejor medalla. Me sentiré feliz y  reconoceré el gran esfuerzo que has hecho sin importar el puesto en el que llegues, pues he comprendido que lo más importante no es llegar de primeras sino haber sabido llegar. Eres el campeón de tu vida y único dueño de cada uno de los pasos que te ha traído hasta la meta; sólo tu podrás evaluar tu desempeño reconociendo la intensidad con la que decidiste hacer la carrera y el esfuerzo que elegiste meterle a cada etapa. No midas los kilómetros recorridos por el número de pasos que diste pero en cambio sí recuerda la sensación de libertad mientras corrías a tu ritmo y el viento atrevido golpeaba tus mejillas. Recuerda también como fuiste pasando gente y al mismo tiempo otros  te pasaron, a veces entorpeciendo tu camino pero sin detenerte. Asegúrate de haber tomado unas buenas fotos, quizás ese camino jamás lo vuelvas a recorrer, y de así hacerlo con seguridad no encontrarás el mismo paisaje pues la vida es de cambios y no hay momentos estáticos. Supe que lo lograrías desde el momento de la largada, porque con sólo haber querido dar tu primer paso y atreverte a hacerlo, demostraste que eran más grandes tus deseos de conocer la meta, que tus miedos y ese calambre que recorre todo nuestro cuerpo momentos antes de escuchar la señal de salida. No cuentes a los que  llegaron antes que tu y tampoco te fijes en cuantos llegarán después, eso en realidad lo único que demuestra es que cada cual lleva su ritmo, pero el record que en verdad debes batir, es el tuyo propio. Eres el campeón de tu vida y el valor de la medalla que rodeará tu cuello no estará dado por los quilates del oro en que esté bañada, sino por la fuerza y participación con que hayas decidido correr esta carrera, y eso sólo tu lo sabrás y los demás simplemente sentiremos el impacto de tu marcha.  

lunes, 22 de abril de 2013

Debemos saber...


Debemos saber que no existe una receta para cocinar el amor perfecto, pero que sí existen algunos ingredientes que garantizarán un buen sabor. Hay que empezar por entender que nada es eterno, todo está en constate cambio y esa es la vida: cambiar. Hoy dejamos de ser esa persona que fuimos ayer y tampoco somos la que seremos mañana. Eso mismo le pasa a nuestra pareja, por eso no podemos alimentar nuestros sentimientos de recuerdos que nos apegan a esa persona que fuimos y nos enamoran de esa persona que era nuestra pareja. Debemos amar el cambio y aceptarlo, de resistirnos a este sólo nos quedará el agotamiento.

Cuando dejamos de ocuparnos en construir el amor es cuando éste aparece, pues nos damos cuenta de que el amor no se forza, no se planea, no se fabrica, el amor simplemente se da. Lo que se construye son las relaciones,  no el sentimiento; y con la primera persona que debemos construir una relación es con nosotros mismos, sólo así podremos construir relaciones con los demás. Debemos saber que no existe una receta para cocinar el amor perfecto, pero sí existen algunos ingredientes que garantizarán un buen sabor.

El respeto es tal vez uno de los ingredientes esenciales. Cuando hay respeto puede haber amor pero cuando no lo hay sólo habrá dolor. Todo empieza por uno mismo, y para exigir respeto debemos ser nosotros mismos los primeros en respetarnos, y respetarnos es aceptarnos como somos: con nuestras luces y nuestras sombras. Aceptar no quiere decir renunciar al cambio y escudarse en “yo soy así” para validar nuestros errores, NO. Aceptarse quiere decir reconocernos y entender cómo ese Yo que soy hoy puede ayudar o atajar a ese yo que voy a ser mañana, a ese yo que quiero ser. Si no sirve, cámbielo sin contemplaciones. No contemplemos nuestros defectos excusándonos en lo dura que ha sido la vida con nosotros, en los traumas de la infancia o en las heridas que nos “han” vuelto en lo que somos, no contemplemos nuestras dificultades ni mucho menos las ignoremos, sólo aceptémoslas para cambiarlas. Ese cambio debe ser una decisión personal y consciente, por eso respeto es no pretender cambiar al otro. Respeto es aceptarlo con sus luces y sus sombras y de buena manera invitarlo al cambio, pero jamás pretender cambiarlo o peor aún condicionar nuestro sentimiento a ese cambio.

Respetarme y respetar. Respetar es saberse diferente al otro y amar esas diferencias fortaleciendo y disfrutando de esos puntos en común que nos hicieron enamorarnos. Respeto es escuchar sin juzgar, sin asumir ni suponer. Respeto es entender que no somos iguales y mucho menos pensamos igual, por eso no podemos asumir o suponer sin antes preguntar y escuchar la respuesta sin juzgar. Respeto es opinar sin imponer y valorar las opiniones del otro, aún cuando no las compartamos. Respetar es amar con los ojos cerrados.


La honestidad es otro ingrediente que no puede faltar. Ser honesto con uno mismo y permitirse pensar y sentir lo que sea, incluso cuando parezca estúpido, ilógico o malo. Hay que empezar por entender que todos los sentimientos y los pensamientos son válidos, de no serlo no existirían, lo que hace la diferencia es lo que elegimos hacer con ellos. No podemos engañarnos a nosotros mismos por más de que lo intentemos, debemos ser honestos y decirnos siempre la verdad aunque nos duela; el hecho de que cerremos las cortinas no hará que el sol deje de existir. Ser honestos es hablar las cosas como son y sin maquillaje pero con respeto. Cuando hay honestidad, hay confianza y cuando hay confianza puede haber amor. Ser honesto conmigo para hablar de frente y desnudarnos de cara al otro, sin engaños ni agendas ocultas; ser honesto mas que un esfuerzo es una necesidad que nace del amor que nos tenemos. Ser honesto es abrir el alma a través de los ojos.

Cuando hay honestidad, hay confianza y ésta es imprescindible en el amor. Confío en mi y en todo lo que tengo para darle a mi pareja. Confío en que es mi forma de ser, mi belleza y autenticidad el 50% de lo que hace que exista ese amor, que surjan sentimientos lindos y haya enamoramiento. Confío en mi y abro las puertas de mi corazón a esa persona especial, porque me respeta y es honesta conmigo. La confianza es el mejor regalo que nos podemos dar y el mejor tesoro que podemos ofrecer a los demás, hay que saber entregarla y asimismo saber recibirla. Confianza es creer, creer en la palabra, creer en el silencio, creer en la presencia y creer en la ausencia. Confianza es creer en los sueños del otro y atreverse a soñar en compañía, trabajando juntos para convertir los sueños en hechos, en una nueva realidad. Confianza es cerrar los ojos para amar.

Sin duda alguna hay millones y millones de maneras de amar, de vivir el amor y de enamorarse. Sin duda tampoco hay reglas ni manuales para hacerlo, así como no hay estrategias infalibles ni formulas perfectas. Lo más importante es siempre escuchar al corazón y empezar por uno mismo porque es con nosotros mismos con las únicas personas con las que pasaremos el resto de nuestras vidas y somos las primeras personas de las que tenemos que enamorarnos. Dando ese primer paso, todo empezará a tomar su lugar, sin tantos planes, de manera natural y espontánea.

Debemos saber que no existe una receta para cocinar el amor perfecto, que nada es eterno, todo está en constate cambio, que el único día que tenemos es hoy y que la mejor forma de que las cosas pasen es hacer que pasen. Debemos entender que el amor nace de adentro, que los ojos sólo ven formas y las formas dejan de existir cuando no se nombran, mientras que la esencia es y permanece. Debemos saber que la mejor manera de aprender del amor es amando y dejándonos amar.






domingo, 7 de abril de 2013

Y hoy le entrego todo al universo


Era un miércoles cualquiera en Bogotá; de hecho era ese mismo miércoles en el resto del mundo, sólo que era justo ahí donde empezaría esta historia que, después de 9497 días, hoy se sigue escribiendo. Casi en el pasillo de la Clínica comenzó un trabajo de parto tan rápido, espontáneo y desprevenido, que de alguna manera anticipaba lo que sería el comienzo de una nueva vida igualmente sin libretos.

He vivido desde entonces un recorrido en donde la clave ha sido no dejar de pedalear, o por lo menos hacer el intento para no perder el equilibrio y caer; aunque una vez en el piso he descubierto que del piso no se pasa y que los raspones se sanan más rápido cuando te levantas y corres contra el viento. He vivido, he muerto y he vuelto a vivir.

Empecé un camino sin mapa, que igual de haberlo tenido, por mis habilidades de ubicación hubiera sido inútil, de esto darán fe mis hermanos. Arranqué el recorrido sin tener claro cuál sería el punto de llegada y me demoré un par de kilómetros en entender que de nada serviría conocer la meta si no era capaz de disfrutar del paisaje y gozarme cada pedalazo sin importar que tanta fuerza tuviera que utilizar para lograr avanzar, pues una llegada segura se siente vacía cuando no hay bitácora que sustente la distancia transitada. 

He vivido, he muerto y he vuelto a nacer para empezar nuevamente a vivir. Una ruta de montaña llena de ascensos, descensos, caminos mojados, pistas empolvadas, carreteras muy bien pavimentadas, lloviznas y soles deshidratantes, han dejado en mi cuerpo marcas permanentes y algunas pasajeras; pero más allá de estas, han formado mi esencia, moldeado mi espíritu y me han convertido en la peregrina que soy hoy y que seguirá muriendo para volver a nacer.

Creo en la perfección de lo imperfecto y en ese orden de ideas jamás he dudado de lo afortunada que he sido al haberme encontrado con todas y cada una de las personas que desde sus peregrinajes han hecho parte de mi historia. Soy consciente de lo bendecida que he sido desde el primer momento en que pude respirar por mis propios medios y me hice inquilina de un espacio de la tierra en medio de una familia única, como todas. Sin haber hecho méritos para esto, he tenido la suerte de crecer y seguir haciéndolo con el apoyo incondicional de mis papás de sangre, quienes sin duda alguna han hecho su papel de la mejor manera en que han podido hacerlo. Pero como si esto no fuera suficiente, el universo ha puesto otros grandes maestros que me han enseñado a navegar, me han impulsado a seguir pedaleando: el marinero y la bailarina de la felicidad, una bruja de la fantasía y otros duendes que custodian ese cofre de las moneditas de oro que conceden deseos al final de arcoíris.

He crecido, he aprendido, he fallado, muchas veces, sí que he fallado. Me he caído y me he vuelto a levantar. He vivido, he muerto y he vuelto a vivir. Deje de usar reloj cuando entendí que no son las 227.928 horas que han pasado desde que nací, las que le dan sentido a mis días, sino que son esas pequeñas cosas que hacen GRANDE EL AMOR las que justifican el oxígeno que gasto cuando en ese ejercicio inconsciente que llamamos respirar, permito que mi corazón siga latiendo con toda la pasión por la vida, por vivirla y por dejarla morir. 

Sigo el camino cada vez más consciente del tramo recorrido, desconociendo, desaprendiendo, olvidando y volviendo a recordar. Sigo pedaleando agradecida con la vida, con Dios y con el universo por cada kilometro que se convierte en mi ruta y me deja avanzar construyendo mi propia FELICIDAD, con el más puro e inmenso deseo de compartir esta opción de vida con todos esos seres maravillosos que van llegando a mi camino para acompañarme un rato o quedarse un tiempo más, para darme luz, para hidratarme o recordarme que puedo más, para hacerme soñar y soñar conmigo…

Trato de hacer de cada día el día más maravilloso de mi vida, gozándome el paisaje aún  cuando la lluvia no me deja ver un metro más allá de mi punto actual. Dejé de ahorrar, sobre todo sentimientos, porque prefiero usar lo que tengo ahora que puedo y no guardarlo para cuando tal vez ya no lo necesite o no lo pueda usar. Hago el esfuerzo de frenar los pensamientos negativos y transformarlos en fuerzas para construir ideas e imaginar sueños que me favorezcan. Amo sin medida y recibo todo el amor que llega a mi,  entendiendo que cada quién vive desde su propia realidad y entrega desde su capacidad. Me permito sorprenderme con la grandeza de los demás y evito hacer juicios que me nieguen la oportunidad de descubrir magia en donde menos la esperaba. Y todos los días me repito estas conductas para volverlas mi propia disciplina, porque cuando el camino se pone inestable y las ruedas buscan mayor agarre, todo esto suena lindo pero parece imposible; hay que seguir pedaleando porque esa es la única manera de avanzar.

Me falta mucho por aprender, tal vez más por desaprender, pero no tengo afán, ya no! Hoy le entrego todo al universo y agradecida con la vida decido fluir sin amarrarme a nada ni a nadie, sin predisponerme ni auto limitarme o condicionarme a un molde, se que nací simplemente para ser yo, para ser feliz.

Era un miércoles cualquiera en Bogotá; de hecho era ese mismo miércoles en el resto del mundo, sólo que era justo ahí donde empezaría esta historia que, después de 9497 días, hoy se sigue escribiendo. Casi en el pasillo de la Clínica comenzó un trabajo de parto tan rápido, espontáneo y desprevenido, que de alguna manera anticipaba lo que sería el comienzo de una nueva vid y desde que nací toda mi vida ha sido una sorpresa, sin libretos. Voy pedaleando al ritmo que me permita el camino, a veces despacio y otras con más prisa… al fin y al cabo no conozco el destino, simplemente me ocupo de disfrutar el camino!!!