viernes, 22 de abril de 2016

Renuncié a ser flaca y ahora me AMO.

Hace algunos años, no recuerdo cuantos con precisión, cambié el reflejo del espejo por el de las miradas de una sociedad contaminada por una horrenda enfermedad llamada apariencia. Y desde entonces comencé una batalla injusta contra mi cuerpo, que me ha llevado a bailar entre la talla cero y la catorce; a repudiar la comida tanto como la mierda y a volverla a amar sin querer separarme de ella. Me hice consciente de mi enorme fuerza de voluntad, una fuerza tan grande que me quizo matar, que me enseñó los extremos y que también, me sacó del infierno. Perdí la noción del tiempo, entre otras muchas cosas que perdí, y al hacerlo olvidé que la moda es pasajera y prescindible a diferencia de mi cuerpo, que aunque también es pasajero, me resulta imprescindible para estar aquí y ahora haciéndome ser la hermosa alma viajera que hoy "reconozco" y sigo conociendo cada día. 


Para esos días de trastorno, el placer se me volvió una culposa rutina que hizo desaparecer el encanto producido por la satisfacción que da el cumplir un propósito o alcanzar una meta, y se convirtió entonces en una enviciante manera de desahogar la inconformidad que sentía al no caber en el molde. No había manera de saciar mis ganas de darle gusto a... Todavía me pregunto a quién. 



Sin darme cuenta en qué momento, estaba más allá de mi objetivo y aun así no era suficiente... estaba completamente vacía, tanto como un cilindro sin fondo, como un pitillo que se deja atravesar por un soplido o un suspiro. Y fue quizás eso, un suspiro de amor perfumado con dolor, lo que me despertó y me invitó a cerrar los ojos para mirar con el alma y regresar a mi esencia. 



Abrí mis ojos y le fui infiel al silencio para regresarle el volumen a mi voz y pedir ayuda gracias y a pesar del miedo. Con una bandera blanca en la mano me paré nuevamente frente al espejo dispuesta a abrazar mi reflejo, a validar mi historia, a reconocer la imperfección que me hace ser quien soy y finalmente dejarme enamorar así, tal cual: con estrías, despelucada, sensible y compleja, que a veces resulta seria y otras no tanto; con cicatrices y kilos en desorden confidentes de manjares ahora siempre disfrutados y sin remordimientos. Enamorarme de mis huesos, de mis pataletas, del brillo de mis ojos que me revelan cuando elijo el silencio; de mis pies grandes que se salen del promedio, de mi piel sutilmente decorada con una que otra peca como recuerdo de los momentos en que quise conversar con el sol. También de las manchas, negras como mi humor, que se quedaron en mis rodillas refugiando millones de aventuras en el árbol de atrás, la bici y la tapia de la casa del vecino. 



Hoy nuevamente me miro al espejo con el alma desnuda y mi cuerpo vestido con el liviano traje de la reconciliación. Hoy escribo abiertamente sobre esto porque hace parte de mí pero no es lo que soy; escribo porque sé que he sido parte del problema al validar estándares de belleza que se convierten en asesinos silenciosos. Escribo porque sé que las palabras son mi mejor herramienta, que mis pensamientos mi más fuerte sexapeal y mis vivencias mi más valiosa posesión; porque le doy el mismo valor a la sonrisa de mi foto de perfil, que a las historias que la provocan. Y finalmente escribo con la esperanza de ser para alguien más ese suspiro de amor que un día me atravesó para recordarme que lo esencial es invisible a los ojos, y que la belleza no tiene talla porque la autenticidad no tiene medidas.

viernes, 8 de abril de 2016

UN AÑOS MAS O UNO MENOS...

Este año, además de ser la última vez que celebre mis veintes, dejo de hacer parte de la población joven del país, para empezar a pertenecer a la denominada edad adulta según la ley en Colombia. Más allá de lo que estadísticamente esto pueda significar, que en el fondo para mí podría parecer intrascendente, el tema me ha puesto a reflexionar un poco más de lo que a consciencia hubiera querido... Este año, adicional a agradecer los millones de motivos que tengo para hacerlo, he tenido el coraje de preguntarme por mis pendientes, que no son necesariamente mis propósitos ni mis deseos, sino esas "tareas" que creo me han sido asignadas o me he asignado yo misma para justificar mi paso por la tierra. Digo que he tenido el coraje, porque hacerlo me ha significado enfrentarme completamente desnuda ante mi ego, para evaluarme con honestidad radical y sin contemplaciones. 

Reconocí en ese ejercicio que 29 años no me han sido suficientes para dar y darme, para entregar lo que soy porque he sido tímida al manifestar mi confianza en mí misma... Tal vez con los años he perdido algo de atrevimiento y por momentos he permitido que me ganen las razones. Reconociendo esto, me motivo a comprometerme con agotar el tanque de reserva, sé que puedo dar aún más. 

No me puedo quejar en cuanto a las oportunidades, las he tenido todas. Todas las necesarias para  aprender lo que hoy me tiene acá, lista para seguir descubriéndome, aprendiendo y aprendiéndome mientras me invento. 

Reconozco también que he vivido al ritmo que la vida me ha propuesto, a veces con deseos de alterarlo o resistirme a él, y finalmente dejándome seducir por su oportuna manera de correr. Los afanes no me han hecho estar más adelante del presente y los retrasos no me han permitido quedarme en el pasado ni detener la llegada del futuro. Por eso reafirmo mi compromiso de estar acá, de vivir ahora y soltar lo demás. 

He sido sincera con el amor y he amado a mi manera ingenuamente. He amado y hoy descubro que lo he hecho con autenticidad; sin embargo ahora comprendo que no ha sido suficiente, que algo de método no me viene mal. El primer amor tiene que ser el amor por mí misma, un amor tan grande que me cuide de amar por fragmentos con pasión y sin razón, o al contrario. Es mejor amar íntegramente para no tener que recoger pedazos cuando las circunstancias cambien. Entonces me comprometo a enamorarme eligiendo amar, y a permitirme ser amada completa, desnuda y de verdad; sin contar las veces que lo haga, porque sé que el amor en mí nunca se va a agotar. 

He vivido y mientras tanto he ido creciendo. Sé que lo he hecho, porque mi cuerpo me lo recuerda insistentemente y en varios momentos. He vivido y no sé cuánto más me quede por vivir. Lo que sí puedo asegurar con toda convicción, es que hoy soy una mujer feliz, y que esa felicidad no es otra cosa que el resultado de 10.590 días de inhalar y exhalar, de dar y recibir confiando en la incertidumbre Divina de un plan que desconozco, pero que de a poquitos voy armando con permiso de equivocarme y volver a empezar, pero eso sí, jamás renunciar.