sábado, 7 de marzo de 2015

Carta de una mujer a una mujercita un 8 de marzo.

¿Y por qué celebrar el Día internación de la Mujer hoy 38 años después de que la ONU proclamara el 8 de marzo como el día internacional por los derechos de la mujer y la paz?

Sin pretender meterme en una discusión académica sobre las razones estrictamente fundamentalistas, feministas, intelectuales y profundas, de las cuales no me siento autoridad para representar o incluso opinar ni mucho menos, quisiera responder a esta pregunta desde mi experiencia personal de mujer de 27 años de edad y además poniéndome en el hipotético lugar de madre de una niña curiosa de 5 años que le hace esta misma pregunta, obviando la precisión de los datos, como parte de su intento por comprender el mundo en el que vive y las extrañas costumbres, ritos y protocolos establecidos por quienes lo habitan.

Querida Hija!

Hoy te acercas a mi con esa carita de confusión que sueles poner cuando descubres algo que se sale de tu comprensión y que no cabe dentro de tu pequeño mundo en expansión. Me haces una pregunta que quisiera responderte en una sencilla frase que lograra rápidamente resolver tu inquietud, para en seguida verte salir corriendo a continuar tu exploración incansable de la realidad que construyes con tus pequeños pasos pero sin afán.

-       Mami, mañana es un día de fiesta verdad?
-       Podríamos decir que sí, es el día internacional de la mujer mi amor.
-       Y  por qué se celebra el día de la mujer?

 - Bueno, se celebra el día de la mujer para conmemorar la lucha de las mujeres por sus derechos y la equidad que merecemos como seres humanos. -  fue lo que me vi tentada a responder, pero después pensé que esto no sería suficiente para que en verdad comprendieras lo que esta fecha significa. Al fin y al cabo has sido una niña muy afortunada y diría yo escasamente privilegiada, que no ha tenido que vivir de cerca las dificultades que nuestro sexo, el femenino, ha tenido que soportar durante la historia de la humanidad. Entonces decidí sentarme a escribirte esta carta que posiblemente recibirás mas adelante, espero que justo a tiempo para que logres comprender el valor de ser mujer, y mientras tanto y para no dejarte con la incógnita me conformaré con mi primera opción, y paralelamente comprometiéndome a responderte todos los días de nuestra vida juntas por qué vale la pena celebrar el día internacional por los derechos de la mujer, dignificando mi vida, la tuya y la de todas las mujeres.   

Somos seres de rituales, de estos está llena nuestra vida. Los rituales son una manera que utilizamos para darle significado a lo que hacemos, volviéndolo especial y resaltándolo de las demás cosas que hacemos en un día normal. Y te preguntarás entonces por qué queremos rescatar algunas de nuestras acciones por encima de otras? Por qué darles un valor diferentes? Pues de alguna manera es porque queremos manifestar nuestra creencia en algo o en alguien; porque sentimos la necesidad de simbolizar un interés particular que despierta en nosotros emociones y sentimientos como gratitud, felicidad, alegría, compasión, esperanza, ilusión, entre otros.

El día de la mujer, al igual que muchos otro días “de fiesta” que aparecen en el calendario es algo así como un ritual. Es la manera en como la ONU creyó conveniente rescatar o resaltar, para permitirnos recordar tanto a nosotras la mujeres como a los hombres y en general a toda a población mundial, la lucha que como género hemos dado para hacer valer nuestros derechos, para ocupar nuestro lugar como actoras de esta historia y no simples espectadoras.

Hija, las cosas para ti no son hoy como eran hace algún tiempo para otras, e incluso como siguen siendo en algunas partes del mundo, quizás no tan lejanas a ti y a mi. Sin embargo es importante que no te sean ajenas y que además tengas siempre presente que tú al igual que yo, que tus hermanos, tu papá, tus abuelitas y abuelitos, tus primas y primos, tus tías y tíos, tus compañeras y compañeros, en conclusión, al igual que toda la humanidad, merecemos ser respetados, aceptados y honrados como lo que somos, sin importar la cantidad de rótulos que inevitablemente iremos coleccionando a lo largo de la vida y como consecuencia de atrevernos a vivir.

Ser mujer es un privilegio con el que hemos nacido, como muchos otros. Pero este en particular te da una serie de derechos y de deberes también, que tu debes conocer antes de esperar que otros u otras los reconozcan. Con seguridad la publicidad intentará confundirte, al igual que unos chistes y ciertamente algunas personas que te dirán otras tantas cosas que deberías ser por ser mujer o que esperan de ti por el mismo hecho. Pero es ahí cuando debes aferrarte más a quien tu eres y con todo el amor que cabe en tu ser, dejarlos pasar haciendo caso omiso. No perderás tu valor por que otros no lo noten, recuerda que un billete de $50.000 pesos colombianos no te servirá en Arabia para comprar ni una menta, pero no por eso deja de ser dinero.

Quisiera entonces hablarte un poco de esos derechos y deberes y con los que me gustaría que te comprometieras, no por mi ni por nadie, solo por ti, si es que así lo consideras. Pero eso sí, que siempre seas tú la que elija tomarlos o dejarlos, sin miedo y asumiendo las consecuencias que ésta como todo elección que hagas, conllevará.

Por el simple hecho de haber nacido, mi niña, tienes derecho a pensar por ti sola y dar tu opinión, pero también el deber de hacerlo con respeto a los demás. Tienes derecho a tomar decisiones basada en tus creencias, en tus intereses e intensiones, sin olvidar que haces parte de una comunidad y que tu acciones u omisiones tienen repercusión en quienes te rodean y en lo que te rodea. Tienes derecho hija a querer tu cuerpo y disfrutar de el sin tapujos, sin culpa y libremente; pero a su vez tienes el deber de cuidarlo, protegerlo y amarlo como el gran cofre que guarda el tesoro que es tu alma.

Tienes derecho a decir no, a poner límites, a renunciar a lo que no te gusta y a rechazar lo que te molesta sin violencia ni agrediendo a nadie ni nada. No por eso serás una mediocre, ni cobarde, ni perdedora ni mucho menos te castigarán. Recuerda que con la única persona que pasaras el resto de tu vida es contigo misma, por eso es a ti misma a la que primero tienes que escuchar y es a esa voz a la que debes serle fiel antes de darle gusto a los demás.

Y por esa misma razón es que tienes derecho a vestirte como tu quieras, a escuchar la música que te guste, a comer lo que te provoque, a lucir como te parezca y a jugar los juegos que te entretengan. No dejarás de ser mujer por salirte de un formato ni perderás tu sexualidad por ver la vida desde tu mirada, porque no necesitas cumplir con los parámetros de alguien para ser tu. Y si alguna vez te lo exigen, entonces no te estarán queriendo a ti si no a la mujer que quien te exige quiere tener como compañía; así que sin pensarlo dos veces cambia de rumbo y si es necesario límpiate las lagrimas en el camino, pero no te quedes, no eres tu la que puede ocupar ese lugar, el tuyo estará en otra parte con seguridad. 

Hija adorada, tienes derecho a equivocarte, a caerte y a sentir que no puedes más. Asimismo tienes el deber de continuar, de abrazar tus sueños y defenderlos del peligro que los atacará para que no se vuelvan realidad. Tienes derecho a elegir tus metas, tus prioridades y tus proyectos aún cuando estos no sean lo que otros esperen, incluso si esos otros somos tu papá y yo. Al aceptar este derecho, espero que también aceptes el deber de valorar tu potencial, de reconocer tus capacidades y aprovechar tus competencias siempre a tu favor, no quisiera nunca tener que verte apagando tu propia luz o achicando tu grandeza.

Tienes derecho a descubrir el mundo, a aprender y explorar lo desconocido, a saber, a preguntar, a cuestionar y confrontar. Tienes derecho a retarte y podría ser un deber comprometerte con ser mejor de lo que fuiste ayer, y además compartir tu conocimiento con los demás y lo demás, porque la utilidad de las bibliotecas no está en la cantidad de libros que contenga sino en la cantidad de visitantes que tengan acceso a ellos.

Tienes como puedes ver muchos derechos como mujer. Tienes a parte de estos muchos más que irás descubriendo y disfrutando, pero hay uno en particular que quiero que tenas siempre presente y es tu derecho a ser feliz. Hija mía, tienes derecho a procurar tu felicidad y defenderla por encima de todo; tienes derecho a sentirte plena contigo misma y con tu entorno. Pero recuerda que no vives sola y que la felicidad compartida tiene más sentido que la tranquilidad en soledad. No por esto debes pensar que necesites de alguien para encontrarte y ser, no, pero recuerda no vives sola y perderte del privilegio de conocer y encontrarte en otros y otras sería limitar tu capacidad de expandir tu existencia, de esparcir tu luz y nutrirte de otras.        

Y bueno, finalmente para responderte tu pregunta quisiera entonces decirte que yo, y no con esto hablo del resto del mundo, porque éste como todo ritual, significa y tiene el valor que cada quien le de, celebro el día internacional de la mujer como reconocimiento a esas mujeres que han alzado la voz por otras que aún callan. Porque así puedo manifestar mi orgullo de ser mujer, de ser la mujer que soy, comprometida con hacer valer mis derechos y respetando el de todas las otras mujeres con las que interactúo, compasivamente como compañeras y no como competencia o amenaza. Porque creo en, en la equidad de géneros, pero en la equidad en general que garantiza el respeto de los seres humanos por encima de los rótulos de los que te hable anteriormente, que no son más que simples vestidos que van por encima de lo que realmente somos, de lo esencial, que como dijo alguna vez un zorro: Es invisible a los ojos.

Hija, espero que ahora entiendas por qué celebrar el día internacional de la mujer. Con todo mi amor, para una gran MUJER


Tu mamá.   

jueves, 5 de marzo de 2015

Aprendí a ser mujer y desaprendiendo ya no me identifico con el género.



Aprender es una capacidad con la que nacemos y a la cual recurriremos por el resto de nuestra vidas de manera constante y reiterativa. Aprender es un proceso, recurso, ejercicio y camino inherente a la existencia, que nos resulta inevitable aunque no obligatorio. Incluso desde antes de lo que recordamos, hemos estado aprendiendo una cantidad de cosas que hoy nos hacen comportarnos de determinada manera, y nos definen en quienes estamos siendo, sin que esto quiera decir que seamos por esto “producto terminado”, pues en la medida en que seguimos aprendiendo, nos vamos transformando y por ende vamos siendo otros en nosotros mismos, todo esto gracias al aprendizaje.

Sin embargo con las diferentes experiencias que hoy hacen parte de mi historia, he aprendido que hay momentos en la vida en donde desaprender resulta aún más importante y necesario para mi propio proceso de transformación, o de formación quizás. De construcción de mi ser cambiante, evolutivo y consciente.  He aprendido que desaprender es un camino a veces más complejo que el de aprender, pero que a la misma vez resulta mas constructivo, no solo para mi como individuo, sino para mi como colectivo de la comunidad a la que pertenezco. Y todo esto porque finalmente es así como se constituyen las creencias, las costumbres, las tradiciones y las “verdades” sociales: a través del aprendizaje que alguna vez alguien tuvo y que lo llevó a comportarse de determinada manera, que sirvió de ejemplo para que otros aprendieran y a su vez estos sirvieran de ejemplo para otros y otros, hasta constituir sociedades, culturas, creencias y demás, basados en lo que en algún momento fue un aprendizaje individual, que con seguridad respondió a una situación específica de una experiencia personal de alguien, que posiblemente ya ni si quiera esté y cuya situación tampoco tenga lugar en el presente.

No hay nada más constante y transversal en la historia de la humanidad que el cambio, y resistirnos a el es atentar contra nuestro propio desarrollo. De ahí que aprender y desaprender se convierte en una necesidad o condición sine qua non para adaptarnos a la temporalidad en la que vivimos, o si quiera para sobrevivir a ella, si es que con eso nos contentamos. Aceptar los cambios es aceptarnos dentro de la historia y comprometernos con hacer parte de ella sin convertirnos en simples observadores de la misma. Y proponer cambios es además retar al aprendizaje o des aprendizaje que abre las puertas a nuevas alternativas, a nuevas posibilidades que en ocasiones y orientadas de una manera coherente con el bienestar de la colectividad, se convierten en importantes aportes, en soluciones al dolor humano y en cura para esas enfermedades del alma que tanto golpean al mundo y a nosotros sus habitantes.

Todo lo anterior podría ser el marco teórico que me construí para sentir que lo que escribiré a continuación no es una simple carta abierta de una mujer preocupada por sus congéneres, y en cambio si un manifiesto de mi inconformidad con ciertas cosas que hemos aprendido y que es hora de desaprender para seguir creciendo, no en una lucha de sexos, no en un alegato para defendernos de chistes, comentarios y hasta leyes que nos agreden como mujeres, sino en una  construcción incansable de una sana convivencia entre seres que mas allá de su género somos, venimos y vamos a lo mismo. Somos almas merecedoras, dignas y únicas, en procesos que van a ritmos diferentes y por eso sometidas a experiencias diferentes, en cuerpos diferentes, con sexos diferentes, pero finalmente todas unidas por el infinito poder del amor que crea, cree y quiere, y que nos tiene hoy aquí y ahora.

Mi sexo es femenino, lo que quiere decir que mi cuerpo tiene las características físicas u órganos propios de este sexo en mi especie, la humana. En otras palabras mi sexo femenino hace parte de los rasgos innatos que me conforman, no es algo que aprendí. Si me preguntan en cambio por mi género, respondería que femenino, que soy mujer, que me identifico con la concepción social de lo que ser de sexo femenino significa, es decir fui educada y por eso aprendí a cumplir con ciertos roles y adoptar comportamientos exclusivos para las mujeres como usar maquillaje, cuidar del hogar, ser sensible, expresar públicamente mis sentimientos, ser delicada, no usar la fuerza para relacionarme, buscar protección, servir y estar siempre dispuesta a ayudar, entre otras cosas.

Mi género es femenino y soy mujer orgullosa y afortunadamente. Pero debo confesar que no quedaría del todo contenta con mi respuesta, aunque se que al decirlo corro el riesgo de ser tildada de lesbiana, machorra y quien sabe que otras cosas más. Pero lo hago porque gracias a algunos aprendizajes y otros desaprendizajes, me siento en la obligación de aclarar que si vamos al detalle no me identifico completamente con la concepción social de lo que ser de sexo femenino significa o por lo menos de lo que he aprendido y ahora empiezo a desaprender. Soy mujer y me siento atraída por los hombres. Amo mi sexo, mi cuerpo y además lo acepto, a pesar de que en el pasado libré muchas batallas en su contra por sentir que no cabía dentro de la perfección que había aprendido a valorar, y que ahora considero sencillamente incomparable con mi perfecta imperfección de cicatrices, gordos, estrías y acumulación de grasa donde para algunos no debería estar.

Soy mujer y aprendí a serlo con modelos un poco salidos del contexto social en el que crecí, y es tal vez por eso, entre otras cosas, que digo que no me identifico completamente con mi género o para decir mejor, con la concepción social que ha constituido un género femenino bien diferente al que yo quisiera que mis hijas aprendieran, si es que tengo la fortuna de ser mamá de niñas algún día. (y con esto replanteo mi antiguo deseo de solo traer hombres a este mundo para evitarme el fascinante reto de criar mujeres diferentes pero ante todo felices.)

Soy mujer y disfruto de este bendición por encima de todas las dificultades y desafortunadas limitaciones que socialmente esto significa. Soy mujer y aprendí a serlo rompiendo con estructuras sexistas gracias al ejemplo de mi mamá y también de mi papá, que me permitieron descubrir mi sexualidad y construir mi género sin restricciones de roles ni capando mis habilidades, gustos o intereses. Crecí viendo a mi mamá desarrollándose como una profesional exitosa y compitiendo en un mundo de hombres donde ascendió gracias a sus capacidades intelectuales, las cuales alimentó y aún alimenta con estudios, investigaciones y constante contacto con la academia. No por eso dejé de verla cociendo nuestros disfraces o disfrutando de una fiesta  con sus amigas del colegio. Aprendí con ella a usar un taladro, presentar una declaración de renta, hacer la reserva en un hotel en el exterior y comprar boletas para una obra de teatro. La vi llorando y sacando fuerzas para seguir adelante. La acompañé a levantarse, la animé a volver a empezar y lo hice con ella. Siempre ha sido mi trampolín, mi malla de rescate y mi gasolina.

Con mi papá aprendí a desenredarme el pelo, montar en bicicleta y pedalear dirigiendo la ruta hacia donde yo quiera, aun cuando eso implicara marcar un nuevo camino, abrir brechas donde antes no había paso. Crecí buscando figuras en las nubes recostada en su pecho y limpié muchas lagrimas de sus mejillas que se escapaban cuando me contaba historias que una vez alguien le compartió o que él recordaba haber vivido. Crecí viéndolo cumplir con sus compromisos y aprendí por eso el valor de mi palabra. Me enseñó a medirle el aceite al carro para reconocer cuando había que cambiarlo, a arreglar la parabólica y  otras cosas de la casa que suelen dañarse con el uso o abuso diario. Aprendí que no hay maestro sin alumno y que todo alumno termina enseñándole al maestro, porque al final la misión de los dos es la misma: aprender.

De los dos aprendí a ser. Aprendí a ser mujer y amar mi existencia. Pero las lecciones más importantes que recibí de ellos trascienden sin duda alguna mi condición femenina de cuerpo y de acción; son las que hoy me sostienen en quien soy y en quien estoy siendo y posiblemente en quien seré, sumado a las experiencias que viva que me seguirán enseñando y de las que también tendré que desaprender.

Mucho de lo que aprendí con ellos me confronta con lo que aprendí de otros modelos, del común y más popular modelo ser mujer  que la sociedad concibe, ese que por sus aprendizajes o tal vez la ausencia de ellos, hizo que el sexo femenino adoptara determinadas conductas o roles, que constituyeron un género femenino particular con el cual no del todo me identifico, aceptando la critica social que decir esto me pueda costar. Por cierto hago una aclaración: NO NOS CULPO ni mucho menos a las mujeres, nos hago responsables y por eso mismo capaces de transformar y modificar en nuestro beneficio y no en contra de otros, un género hermoso, multifacético y cambiante, como todo.

Porque hay muchas cosas del género femenino “tradicional” con las que no me identifico y veo nocivo para la realidad actual del mundo y de las mujeres, del nuevo género. No me identifico con un género femenino débil que busca en el otro protección, salvación y seguridad. No aprendí a ver en los hombre héroes o medias mitades que me completan, porque además no veo que me falte media de mi. Aunque reconozco que no estoy terminada como lo mejor que pueda ser, reconozco también que no lo seré por el complemento de otro, mas si por los aprendizajes que su compañía me pueda generar.

Haber crecido con un hermano mayor por 18 meses fue una invaluable lección que me permitió encontrar en él compañía, camaradería y soporte mutuo. Me permitió descubrir todo lo que yo soy capaz de hacer sin importar mi sexo; que fuerza no solo es lograr treparte con tus manos y sin una silla como apoyo en la rama mas alta del árbol sino también sobrevivir a una semana entera sin papás para hacer tareas, combatir las pesadillas o hacer los ajustes del mercado. Aprendí también a aceptar mis limitaciones y pedir ayuda cuando la necesito sin sentirme menos que él, porque además él también se sentía cómodo buscándome cuando sentía que yo podía algo que él no. Por eso comprendí que puedo sola, pero que es rico tener con quien compartir, y que cuando no puedo está bien buscar ayuda sin esto hacerme dependiente o incapaz.

Tampoco me identifico con un género femenino sumiso, permisivo y pasivo. No creo que la voz mas fuerte sea la que tenga la razón, porque aprendí que las ideas se defienden con argumentos no con gritos y mucho menos con golpes. Las ideas son producto del trabajo de la mente y las mentes no tienen sexo, por lo que pueden venir de cualquier cuerpo, que sí lo tiene. No creo en un género femenino que se caya para evitar el conflicto con los hombres y no retar así su poder o fuerza, pero que entre mujeres sí alza su voz para demostrar eso mismo su fuerza o su poder. Aprendí que el diálogo es un puente que conecta dos partes y que indiferentemente al tipo de partes, la palabra lo transita para construir y crear relaciones. 

No me identifico con un género femenino egoísta, individualista y envidioso. Un género que fue enseñado a la competencia y no a la hermandad. No veo en las demás mujeres una amenaza que me haga querer apagar su luz para que brille la mía, y por eso no estoy de acuerdo con la falta de solidaridad de género que nos convierte en juezas radicales y constantes de nuestras colegas, compañeras y hasta amigas. Crecí viéndome de igual a igual con mi hermano. Por encima de las diferencias físicas que eran evidentes, éramos un equipo en el que juntos todo lo podíamos. Los retos se hacían más emocionantes cuando compartíamos nuestras habilidades y reconocíamos en el otro sus fortalezas para sacar provecho de ellas oportunamente. Así mismo me relacionaba con mis primas, diferentes a mi y sobresalientes por sus talentos pero no por eso mejores o peores que yo. Nunca las vi como una competencia y en cambio nos hicimos aliadas en nuestras aventuras, permitiéndonos ser cada una tan cada una como quisimos, ayudándonos, apoyándonos y sobre todo acompañándonos. De ahí que no vea la necesidad de rotular o catalogar despectivamente a otras mujeres que hagan elecciones diferentes a mi y que sobresalgan por otros atributos o talentos que yo no tenga.

Mucho menos me identifico con un género femenino hipócrita, mojigato y culposo que tiene que castigar la manifestación de sus hormonas y silenciar sus deseos. Aprendí a respetar mi cuerpo y disfrutarlo sanamente sin tener que reprimir mis emociones pero valorándolas y haciéndolas respetar. No creo que el sexo sea un secreto aun cuando haga parte de la intimidad; por eso me atrevo a hablar de ello con hombres y mujeres sin sentirme cochina, impura o puta.

Recuerdo a mis papás demostrándose cariño con besos, caricias delicadas y miradas profundas, por eso valoro el contacto físico y encuentro en esto una manifestación especial de mis sentimientos. No por esto niego que mis hormonas no se enamoran y reaccionan a otro ritmo diferente al de mi corazón y mis sentimientos; que tengo pensamientos sexuales y que siendo mujer también soy capaz, como los hombres, de separar el sexo del amor y no meter al corazón en la cama, aún cuando no sea lo que prefiera hacer. Reconocer esto no me hace sentir culpable, ni me hace una perra, ni una cualquiera. Me hace tan humana y consciente de mi anatomía como cualquier otro ser vivo que se reproduzca a través de la actividad sexual, con la diferencia del control que yo tengo sobre mis deseos, mis intensiones y sobre todo mis decisiones y el valor que le confiera a los hechos, es decir no se lo doy a cualquiera. Tampoco me siento con la autoridad de determinar el punto sano o correcto de cómo manejar, compartir o utilizar nuestro cuerpo; tengo mi criterio pero respeto a la que no lo comparte y acepto sus decisiones sin llamarla zorra, puta o regalada.

Hay, como las que mencioné, otras cosas con las que no me identifico con el género femenino y aún así me siento feliz de ser mujer, de tener este sexo y de vivir mi feminidad a mi manera. Aprendí a ser mujer en esta sociedad y ahora empiezo a desaprender otras cosas mientras sigo aprendiendo y disfruto de hacerlo. Pero también pienso que si debo ser definida por mi género, tendré que seguir haciendo una aclaración, por lo menos mientras el género femenino sea educado bajo la concepción tradicional que pareciera resistirse al cambio y que niega una equidad en los derechos de los seres humanos. Derechos ajenos al sexo, como a la raza, la religión, lengua, origen, creencias etc..