sábado, 20 de julio de 2013

No soy una princesa...

Leí cierta carta que le escribe un padre a su hija después de haberse encontrado en internet una incalculable cantidad de artículos dirigidos a las mujeres, en donde aconsejan cómo conservar a un hombre a su lado y mantener intacto el interés que ellas despertaron alguna vez en su pareja. Que triste pero que cierto es la cantidad de tiempo que dedicamos nosotras en satisfacerlos a ellos, casi como en una negociación de sentimientos semejante a cualquier fría transacción comercial.

El amor más sincero entre un hombre y una mujer y de una mujer a un hombre, sin duda alguna es y será el de un padre por su hija y el de una hija por su padre, y gracias a Dios doy fe de esto. No habrá hombre más interesado en una mujer que un padre en su hija y por esto será siempre su mayor guardián y admirador, aún cuando sea a su vez quien más le exija.

Soñé mucho años con el príncipe azul hasta que descubrí que los príncipes se enamoran de princesas y yo no quiero ser princesa. Soy una mujer de carne y hueso que amanece despeinada, se tiene que depilar para ir a la playa y maldice cuando se pega en el dedo chiquito del pie. Soy una mujer que acalorada se pone roja y cuando maneja por mas de 30 minutos se baja del carro con la camisa arrugada y los tacones en la mano. No soy una princesa y no quiero un príncipe azul. Soy una mujer imperfecta y además en constante construcción que tienen las rodillas raspadas de caerse por haber caminado fuera del camino trazado.

No soy una princesa y no quiero un príncipe azul. Las calabazas sólo me han servido para darle color a la ensalada y de vez en cuando para una sopa, aunque no es mi preferida, pero nunca como carruaje para llegar a un baile jalada por corceles blancos que después de las doce se convierten en ratones. Soy una mujer que se toma el te, muchas veces a pico de botella y no en una tacita de plata; que para comer torta de chocolate y entrar en los pantalones se levanta por la mañana a hacer ejercicio y cambia la harina de la comida por una aburrida porción de lechuga. Definitivamente no soy una princesa.

Soy una mujer que baila al ritmo que le pongan, eso sí, sin tacones porque prefiero la comodidad que el glamour que me dan 5 o 7 cms de más.  Soy una mujer que usa la servilleta de tela para limpiar el chorrión que hago cuando al envolver la pasta en el tenedor saltan unas gotas de salsa y caen sobre el almidonado mantel. No soy una princesa perfecta y no quiero un príncipe azul.

Soñé por muchos años con el príncipe azul, pero hoy me he dado cuenta de que lo que menos quiero es vivir en un castillo encantado complaciendo y haciendo esfuerzos para mantener interesado al hombre que esté a mi lado. Quiero ser la mujer que soy aun cuando no me entre la zapatilla y que al besar el sapo la sorpresa que me lleve sea una infección en la boca y no su transformación. Quiero tener a mi lado un hombre que vea el brillo de mis ojos y no de mi gargantilla; que comprenda que mis lágrimas son el sudor de un corazón en ejercicio y que sonrío no ante el flash de la foto sino ante la luz de los momentos sublimes de la vida.

Quiero un hombre a mi lado que no me abra la puerta del carro, eso yo lo puedo hacer, pero que me abra las puertas de su alma y comparta conmigo sus sueños para soñarlos juntos y trabajar por ellos. Quiero un hombre sincero que me pida la mano no para ponerme una argolla sino para tomarla entre las suyas e invitarme a caminar e ir descubriendo el mundo y construyendo nuestro propio hogar. Quiero un hombre imperfecto que me enseñe a apreciar, que se ría de mis apuntes aunque no sean filosóficos y no tengan nada de intelectual. No quiero un príncipe azul, quiero un hombre de verdad. 

Quiero un hombre que no espere que le tenga planchadas todas las camisas, pero que con toda tranquilidad sepa que jamás le arrugaré su alma; que tenga claro que si yo cocino el menú no será muy vareado, pero que a mi lado siempre descubrirá nuevos sabores. Quiero un hombre que no me prometa estar conmigo el resto de la vida pero que en cambio con su compañía, cada día sea el mejor de mi vida.  Quiero un hombre que me acepte despeinada y sin maquillaje porque entiende que mi mejor pinta es la transparencia de mi corazón y esa sale con todo.

No quiero un príncipe azul porque no soy una princesa, simplemente quiero estar con un hombre que se deje amar y ame con alma, vida y corazón; que comprenda que nací mala para ahorrar y por eso no me contengo cuando se trata de entregar; que le canto a la vida sin pensar que tan bien se escucha, que regalo abrazos sin ser quincena, hago cosquillas sin batería y creo que la felicidad si existe y vive dentro de mi.


Dejé de soñar con el príncipe azul y ahora no pretendo aprisionar a un hombre ni mucho menos desgastarme convenciéndolo de que me quiera, porque se que el amor es libre y así como conquisté a mi papá, simplemente siendo, conquistaré al hombre que esté dispuesto a emprender un vuelo a mi lado, en donde no habrá falta seguros por más de que el camino sea incierto; no habrá hada madrina pero nunca faltará la magia que se poza en la mirada del ser que cree y ama. No quiero ser una princesa y por eso no busco un príncipe azul.

miércoles, 3 de julio de 2013

Perder el miedo a perder

Venía pensando que las cosas se dan cuando se tienen que dar; ahora estoy segura de que las cosas se dan cuando hacemos que se den, porque no hay efectos sin causas ni accidentes sin consecuencias. Hay que dar el paso y atreverse siendo autores y no espectadores de nuestra propia obra que existe, gracias a que somos, pues si no fuéramos no habría obra.  Dejar atrás el miedo al fracaso y actuar sin esperar a que las cosas ocurran por si solas abre la posibilidad de conocer el sabor del éxito; pero detenerse ante ese miedo, es fracasar sin ni siquiera haberlo intentado por pretender protegernos de un supuesto que no ha sido y que posiblemente tampoco será.

Jamás vas a perder lo que nunca has tenido y si el miedo a perderlo te paraliza, ten la seguridad de que ya lo habrás perdido. Para conseguir aquello que quieres deberás moverte en esa dirección y conseguirlo, de lo contrario jamás llegará. El miedo repele mientras que el amor atrae; el miedo quita cuando el amor entrega; el miedo te priva y el amor te premia, solo tu elijes cómo quieres jugar. Sin embargo ninguna victoria estará asegurada y desde que entras al juego debes tener consciencia de que estás en riesgo, pero por el simple hecho de haber jugado habrá una ganancia: la experiencia, algo que nadie te podrá robar.

El momento perfecto nunca será, a menos de que así lo crees liberándote del miedo y siendo ya, no después. Aplazar es matar la posibilidad del ahora y entregarse al fracaso de lo que pudiste ser y no fuiste, de lo que pudiste conseguir y te negaste; aplazar es entregarse a la estática de lo seguro en donde solo el tiempo pasa, tiempo vacío, tiempo muerto, no tiempo; aplazar es perder, y si el temor es al fracaso, el aplazamiento no podrá ser tu arma, pues perder es fracasar y no se puede combatir un mal con otro.

Si no puedes perder lo que no tienes ¿por qué no te arriesgas a conseguirlo? Cuando no tienes, todo lo que obtengas será más de lo que antes tenias, por lo tanto habrá ganancia y la ganancia es evolución si se sabe capitalizar. El esfuerzo se recompensa proporcionalmente, entonces, si después de darlo todo no obtienes lo que quieres, es tal vez porque merecías más y no alcanzabas a verlo. Pero la vida se encargará de que no te conformes y conseguirás lo que mereces. Tus resultados serán los que deben ser: ni menos ni más, simplemente los justos aunque te sorprendas.

La vida es de quienes se arriesgan, de los que se lanzan y abandonan el miedo porque saben que el fracaso jamás corre más rápido que quienes se paran por lo que quieren; y que si los llegara alcanzar, sus ganas son más fuertes y la experiencia les dará fortaleza para volver a arrancar más despiertos, más grandes y capaces. La vida es de quienes viven ahora sin olvidar su pasado pero sin condenar su futuro; es de quienes elijen SER y estar aquí haciendo que cada minuto cuente y contando su historia en cada minuto. La vida es, simplemente de quienes se permiten ser.